Un
regard oblique [“Una mirada oblicua”, 1948]
La
fotografía de Robert Doisneau ilustra la dimensión política que puede revestir
la mirada en una cultura patriarcal. Un respetable matrimonio de clase media se
detiene ante el escaparate de una galería de arte: la mujer comenta con su
marido los pormenores de un lienzo, del que tan sólo podemos percibir la parte
posterior; pero el hombre, poco atento a las observaciones de su esposa, desvía
subrepticiamente la mirada hacia el retrato de una mujer desnuda que cuelga en la
pared opuesta. El personaje masculino no se halla en una posición central, sino
que ocupa un lugar marginal en el extremo derecho de la imagen. Sin embargo, es
su mirada la que estructura todo el argumento narrativo de la misma. No es que
su mujer no mire: ésta mira, de hecho, con intensidad, pero el objeto de su
interés permanece oculto a los ojos del espectador. La mirada femenina se
define así como vacía, atrapada entre dos polos que trazan el eje masculino de
la visión. En efecto, el objeto de la mirada del varón sí que se halla
claramente subrayado: la presencia del desnudo femenino, plenamente visible,
hace que nos identifiquemos inmediatamente, en tanto que espectadores, con la
mirada masculina. La mujer queda al margen de un triángulo imaginario de
complicidades que se teje entre el cuadro, el hombre y el espectador. De este
modo, el placer que experimenta este último se produce a través de una negación
de la mirada de la mujer, que no está ahí sino como blanco de una broma sexual
construida a sus expensas. En tono jocoso, la fotografía de Doisneau refleja de
una forma sorprendente lo que algunas autoras feministas han llamado «la
política sexual de la mirada» [the sexual politics of looking].
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