Wifredo Lam // La jungla// 1943 |
La
obra de madurez de Wifredo Lam, surgida en los años cuarenta, refleja tanto el
arraigo del pintor en la cultura de su patria cubana como sus diferencias con
la vanguardia europea. Bajo la influencia de los movimientos del viejo
continente redescubrió sus impresiones infantiles ligadas a la naturaleza de
todo lo original (descompuesto ante en el espejo del arte).
Después de terminar su formación en la Escuela de
Bellas Artes de La Habana, en 1923 Lam se inscribió en una escuela de pintura
independiente en Madrid y completó su educación estudiando a los antiguos
maestros en el Prado. Con todo, el factor realmente decisivo para su desarrollo
como pintor fueron los cuatro años que pasó en Paris, de 1938 a 1941.Allí
frecuentó la compañía de Pablo Picasso, con quien expuso en Nueva York en el
año 1939 en las Perls Galleries.
Como es natural, en París Lam entró en contacto con
el círculo proscrito de los surrealistas, cuyo interés por lo sobrenatural, lo
irracional y lo mágico cayó sobre suelo fértil en el caso del pintor; “Cuando
era pequeño, me asustaba mi gran imaginación. A las afueras de Sagua la Grande,
cerca de nuestra casa[…]empezaba la jungla[…]nunca vi espectro alguno, pero los
inventé. Cuando de noche salía a pasear, tenía miedo de la luna, del ojo de la
sombra. Me sentía ajeno a todo,
diferente de los demás. No sé por qué. Soy así desde la infancia”.
La junglas de su infancia resurge en los cuadros
sobre la selva que Lam pintó a principios de los años cuarenta, tras huir del
fascismo y regresar a su país. En su composición de mayores dimensiones, La
jungla, de 1943, entremezcla la caña de azúcar con apariciones
monstruosas muy ligadas a las creaciones
surrealistas de Picasso, de la misma época. Sin embargo, a diferencia
del malagueño, Lam no confiere a esas apariciones inspiradas en la escultura
africana y en el arte primitivo un efecto monumental, sino que subraya su
multiplicidad y su omnipresencia entre la densa vegetación, en la que parecen
imponer sus incesantes murmullos.
“Mientras lo pintaba [el cuadro La jungla], tenía las
puertas y ventanas del taller abiertas. Al pasar, la gente lo veía y gritaba:
no miréis dentro, es el diablo. Y tenía razón. Uno de mis amigos ha descubierto
en la obra un espíritu parecido a cierta representación medieval del diablo.
Sea como sea, el título no hace referencia a las características paisajísticas
de Cuba, donde no existe jungla, sino bosque, monte y manigual; en el fondo del
cuadro aparece una plantación de caña de azúcar. Mi pintura debería transmitir
un estado psíquico.”
Los seres vivos y las plantas de esa “jungla” se
presentan con la misma materialidad metálica, sumidas en una luz lúgubre que
los caracteriza como seres originados por la fantasía, una fantasía muy cercana
al interés de los surrealistas por la sexualidad y la violencia. La
estilización con que Lam reviste las formas vegetales y orgánicas está muy
lejos del ilusionismo propio de los maestros consagrados que practicaba, por
ejemplo, Salvador Dalí, y tampoco tiene demasiado que ver con los cuadros de
bosques de Max Ernst. Por el contrario, su estilo ser encuentra más próximo a
la pintura de Matta, que como la den Lam, pese a todos sus elementos
figurativos y gracias a la rítmica repetición de determinadas formas
abstractas, parece anticipar ya el expresionismo abstracto.
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