El imperio de las luces René Magritte 1954
“La nada es la única gran maravilla
del mundo.”
René Magritte
El imperio de las luces, motivo pictórico que René Magritte desarrolló con numerosas variantes en
la década de 1950, presenta un escenario tranquilo. En una plaza silenciosa se
alza una casa con un farol encendido delante de ella, en primer plano hay un
árbol. Las contraventanas de la casa están cerradas, excepto las de las dos
ventanas del piso superior, en las que se ve luz. Todo es silencio. Los oscuros
árboles que rodean la casa parecen velar la paz de la noche. Pero poco a poco
se advierte que una grieta atraviesa la representación; sobre el edificio y por
encima de los árboles se divisa un cielo diurno despejado y lleno de corderos.
Es parte del cuadro y, sin embargo, actúa como un cuerpo extraño, como un mundo
contrapuesto, pues la luz que irradia no llega a la escena del primer plano. El
día y la noche se entrechocan sin llegar a unirse. Forman parte de un mismo
universo y, no obstante, son extraños entre sí, del mismo modo que los estados
de vigilia y de sueño aparentemente nada tienen en común.
Magritte estaba fascinado por esta
relación de contrarios, como comentó en un texto sobre El imperio de las luces:
“La concepción de un cuadro, es decir, la idea, no se visualiza en el mismo: es
imposible ver una idea con los ojos. Lo que un cuadro representa es lo visible
a los ojos, esto o las cosas que tenían necesidad de tal idea. Esas son también
las cosas representadas en el cuadro El imperio de las luces. Mejor
dicho, lo que aparece es un paisaje nocturno y por otro lado el cielo que
podemos ver en un día despejado. El paisaje representa la noche y el cielo, el
día. La evocación de la noche y el día tiene, creo yo, el poder de
sorprendernos y fascinarnos. Designo este poder con el nombre de poesía. Si
atribuyo a esta evocación tal poder es,
sobre todo, porque siempre me han interesado el día y la noche, sin que jamás
haya sentido preferencia por ninguno de los dos. Este fuerte interés personal
por el día y la noche es un sentimiento de asombro y de admiración”. Cabría
añadir que se trata de un enigma sin solución, que, además de provocar
irresistiblemente el interés de Magritte, el pintor del misterio, se situaba en
el centro de la ideología surrealista.
André Bretón, quien también habló de esta obra, subraya
significativamente la estrecha vinculación entre la sombra y la luz; “Abordar
el problema de qué es la luz desde la sombra y qué es la sombra desde la luz.
En este cuadro se fuerzan tanto las ideas y convenciones por lo general
aceptadas que quienes pasan rápidamente
creen ver estrellas en el cielo durante el día” (1964).Frente a las “ideas y
convenciones comúnmente aceptadas”, desde el Primer manifiesto suscrito
por Bretón el surrealismo adopta nuevos puntos de vista. Se trata de
concepciones que, en el ámbito de la creación, asignan más espacio a los
procesos inconscientes que a la actuación racionalmente controlada. El mundo de
imágenes y conceptos del sueño es un factor muy importante en la génesis de las
obras surrealistas, aunque cada artista trabaje de una manera totalmente
distinta esta “cantera de ideas”.
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