La duración apuñalada, 1938, René Magritte
La
duración apuñalada//René Magritte//1938//Surrealismo//
“La
edad de plomo”: si fuera posible formular con palabras la expresión y las
sensaciones a ella vinculada, Magritte lo habría logrado en La
duración apuñalada (La durée poignardée).Su escenografía, que presenta
características de museo, refleja en cada detalle la duración de los minutos
contados por el reloj de la mesilla de la chimenea. El espacio sin gente,
reproducido de forma parcial con gran precisión por Magritte en su cuadro,
parece marcado por la falta total de acontecimientos que supuestamente será
eterna. Entre los dos candeleros y
delante de un espejo impenetrablemente gris, sólo el tic tac del reloj rompe el
silencio, aunque con una monotonía que a su vez no genera más que hastío. ¿Qué
esperamos? ¿Ha pasado algo? ¿Qué va a suceder?
En esta atmósfera cargada de tensión,
el hecho de que una locomotora atraviese la pared de la chimenea, aunque
totalmente absurdo, no deja de representar un alivio. Sólo un acontecimiento de
esta magnitud, de tal fuerza irresistible y de tal intensidad sonora podía
alterar el inquietante silencio del espacio ajeno y hostil. Además, el espectador
tiene la extraña impresión de que la proporcionalmente pequeñísima locomotora,
cuyo humo sale por la chimenea, encaja en este espacio. Su forma, caracterizada
por la precisión técnica, presenta una cierta afinidad con los restantes
objetos y estructuras del mismo: el reloj negro, la chimenea clasicista, el
sencillo marco del espejo y los modestos candeleros. Se trata de una realidad
potenciada todavía más por el carácter enigmático del acontecimiento.
“Teatro dentro de la vida” fue el
título que Magritte asignó a este fenómeno utilizando un texto suyo de 1928, en
el que describía su pintura como un escenario donde se abolían las leyes
naturales del tiempo y del espacio: “Una princesa atraviesa el muro, las frutas
sobre la mesa representan pájaros, hay sombras no motivadas, tras las puertas
abiertas no hay nada.” Una atmósfera surrealista similar se impone también en
el cuadro La voz del silencio de 1928. Esta obra está dividida en dos
mitades. A la derecha se aprecia un confortable salón burgués con un sofá, un
cuadro, una estantería y una planta, mientras que la planta izquierda de la
pintura permanece sumergida en una oscuridad impenetrable. Se abre así una
rendija a la Nada, por la que podemos lanzar una breve mirada a la penumbra de
los miedos y peligros de la imaginación con una vaga sensación de amenaza y de
desesperanza. De repente, la acogedora habitación de la parte derecha del
cuadro no es más que una fachada detrás de la que se esconde algo monstruoso,
como si fuera una máscara tras la cual nosotros mismos, temerosos, nos
ocultáramos:
¿Cómo se puede vivir con estos enigmas
que irrumpen de pronto en la existencia atravesando hasta las escenas más
banales y que Magritte ha convertido en tema de su obra? En la concepción de
Magritte, el artista fija su conciencia
ante todo en la vida, no en el pensamiento como el filósofo, ni en el
arte como el que se propone triunfar en el mundo artístico. El pintor
surrealista no tiene más finalidad absoluta que la vida; el arte (medio mental)
es un subproducto y sus cuadros ya no perturban la vida directa.
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