La llave del campo 1933 René Magritte |
La
llave del campo //René Magritte// 1933
“Mi pintura consiste en imágenes visibles
que no ocultan nada; evocan el misterio…El misterio tampoco quiere decir nada,
es incognoscible.”
René Magritte
En 1925, René Magritte, que tras
haberse formado en la Academia de las Artes de Bruselas venía trabajando como
cartelista y publicitario, pintó sus primeros cuadros surrealistas bajo la
impresión que le produjo la obra de Giorgio de Chirico. En París se integró en
el grupo surrealista presidido por André Bretón y de 1927 a 1930 vivió en Perreux-sur-Marne, cerca de la
capital francesa. Tras ese corto lapso de tiempo volvió a Bruselas, donde
permaneció hasta su muerte llevando una vida retirada y nada espectacular,
manteniendo hacia fuera un aspecto de normalidad y cierto aburguesamiento.
La vida del pintor, cuyas
apariciones en público desviaban de
forma consciente la mirada hacia su auténtica existencia, dedicada
exclusivamente al arte, se percibe como un reflejo de su obra, como un espejo
de sus cuadros, cuyo verdadero objetivo, a pesar de todas las apariencias de
banalidad, es la referencia a algo oculto, la inseguridad frente a lo secreto,
la evocación de lo misterioso. Los paisajes de Magritte que constituyen buena
parte de su obra, se centran justo en esta cuestión y en un primer momento dan
la impresión de ser más fácilmente comprensibles que los tradicionales. El
mismo modo de pintar de Magritte, “realista” y propio de la pintura de
carteles, su manera de componer, clara y sencilla, y su concentración en lo
esencial actúan como un lenguaje obvio y sin sentido oculto. Ahora bien, un
análisis más detenido revela la ambigüedad de sus hallazgos pictóricos.
La llave del campo (La clef des champs)
es un ejemplo singularmente notable de esta presencia oculta de lo misterioso.
A través de una ventana se divisa un paisaje ondulado y suave. Al final de un
prado amplio y levemente ascendente hay unos árboles frondosos; sobre ellos, la
bóveda de un cielo débilmente azul. Nada turbaría la serenidad de este cuadro
si no diese la impresión de quebrarse ante nuestros ojos: el cristal de la
ventana por la que miramos salta en mil pedazos en el momento mismo de nuestra
contemplación. Se deshace en minúsculos trozos que misteriosamente permanecen
fieles al cuadro delante del cual se encontraban en forma de lámina
transparente.Los fragmentos caídos al suelo no son transparentes; actúan como
elementos de un rompecabezas que reproduce el paisaje visto a través de la
ventana.
¿Estaba por tanto la perspectiva paisajística
pintada sólo en el cristal de la ventana?¿O no se trataba de un vidrio
transparente, sino de un cuadro? Comprobamos que no existe una explicación
unívoca, pues los trozos de cristal son contradictorios; el paisaje continúa
intacto y es perfectamente visible tras el cristal roto. Al mismo tiempo, los
trozos caídos al suelo se vuelven opacos y reflejan partes del paisaje, en
tanto que los pedazos del cristal roto que continúan en el marco de la ventana
siguen siendo transparentes. El espectador se ve obligado a realizar una labor
de reconstrucción óptica que, a pesar de todos los esfuerzos, no transmite una
seguridad ajena na cualquier duda.
La relación entre la realidad y la
pintura se ha alterado rotundamente; aunque pintada al modo ilusionista, la
obra de Magritte no transmite una fe segura en la identidad del cuadro y de la
copia. Esta seguridad, garantizada en la pintura antigua a través de los siglos
y evocada como trompe-l´ ceil por las cortinas desplazadas lateralmente
delante de la ventana, ya no existe.
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