Caminando
Zaratustra
regresaba sin prisa-dando un rodeo y cruzando así muchos pueblos y muchas
ciudades-hacia sus montañas y su cueva. Y, caminando, llegó también, de
improviso, a la puerta de la gran ciudad; mas cuando hubo llegado allí, un loco
furioso saltó sobre él con los brazos extendidos, obstruyéndole el paso. Este
loco era el mismo que el pueblo llamaba “el mono de Zaratustra”, porque imitaba
un poco las maneras de Zaratustra y las cadencias de su palabra. También le
gustaba apropiarse del tesoro de su sabiduría. Y así habló el loco a
Zaratustra:
-¡Oh
Zaratustra! Aquí está la gran ciudad. ¡Nada has de encontrar en ella y puedes
perderlo todo! ¿Para qué querrías chapotear en ese fango? ¡Ten compasión de tus
piernas! Mejor es que escupas sobre las puertas de la gran ciudad, y…¡vuelve
sobre tus pasos! Éste es el infierno para los pensamientos solitarios. Aquí se
hacen cocer vivos los grandes pensamientos y se les reduce a papilla. Aquí se
pudren todos los grandes sentimientos; aquí no se permite hacer ruido sino a
los sentimientos ruines y agotados. ¿No percibes ya el olor de los mataderos y
de los bodegones del espíritu?¿No humea esta ciudad con los vapores de los
espíritus sacrificados?¿No ves colgadas las almas, como trapos harapientos y
sucios?...¡Y utilizan estos trapos para hacer periódicos!¿No oyes como aquí el
ingenio llega a transformarse en juego de palabras?¡Se juega con repugnantes
equivocos!...¡Y con estas aguas sucias hacen los periódicos! Se desafían y no
saben por qué. Se acaloran y no saben por qué. Hacen tintinear su hojalata y
sonar su oro. Son fríos y buscan el calor en el aguardiente, están acalorados y
buscan la frescura en los espíritus frígidos. La opinión pública les produce
fiebre y los hace completamente ardientes. Todos los apetitos y todos los
vicios han elegido aquí su domicilio; pero también hay virtuosos entre ellos;
hay aquí muchas virtudes hábiles y laboriosas con dedos para escribir,
chupatintas y burócratas, adornados con condecoraciones, padres de hijas
rellenas de paja y sin culo. Hay aquí también mucha piedad, y mucha unción baja
y cortesana, y muchas bajezas ante el dios de los ejércitos. Porque de “lo
alto” llueven las estrellas y los escupitajos de gracia; y es hacia lo alto
donde se dirigen los deseos de todos los pechos sin estrellas. La lucha tiene
su corte, y la corte sus satélites; y el pueblo mendicante y todas las hábiles
virtudes mendicantes elevan sus rezos hacia todo lo que procede de la corte.
“Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos…”Así rezan al soberano todas las
virtudes hábiles, para que la merecida estrella se enganche, al fin, al angosto
pecho! Pero la luna gira alrededor de todo lo terrestre; así también el
soberano da vueltas en torno de lo que hay más de terrestre…,¡pero lo que hay
de más terrestre es el oro de los abaceros. El dios de los ejércitos no es el
dios de los lingotes; el soberano propone y… ¡el abacero dispone!¡Oh
Zaratustra!¡En nombre de todo lo que haya en ti de fuerte, de claro y de bueno,
escupe sobre esta ciudad de abaceros, y vuelve sobre tus pasos! Aquí sangre
viciada, anémica y espumosa corre por las arterias;¡escupe sobre la gran
ciudad, que es el gran pozo negro en donde se acumula toda la materia
fecal!¡Escupe sobre la ciudad de almas deprimidas y de pechos angostos, de ojos
envidiosos y de pegajosos dedos!...¡Sobre la ciudad de los importunos y de los
impertinentes, de los plumíferos y los vocingleros, de los exasperados
ambiciosos!...¡Sobre la ciudad donde se reúne todo lo corrompido,
desconceptuado, lascivo, sombrío, podrido, ulcerado, conspirador!...¡Escupe
sobre la gran ciudad, y vuelve sobre tus pasos!...
Pero en este punto Zaratustra
interrumpió al loco furioso y le tapó la boca.
-Te
callarás, al fin!-exclamó Zaratustra-.¡Hace tiempo que me están repugnando tus
palabras y tus modales!¡Hete aquí que por haber vivido tanto tiempo al borde
del pantano, tú también te has transformado en rana y sapo!¿No circula ahora
por tus propias venas la sangre de los pantanos, viciada y espumosa, puesto que
ahora también tú sabes croar y blasfemar?¿Por qué no has ido a la selva?¿Por
qué no has trabajado la tierra?¿No está el mar lleno de verdes islas? Desprecio
tu desprecio, y si me adviertes, ¿por qué no te has advertido a ti mismo? Sólo
del amor debe levantarse el vuelo de mi desprecio y de mi ave anunciadora:¡no
del pantano!...Te llaman mi mono, loco furioso; pero yo te llamo mi cerdo
gruñón…Tu gruñido acabará por echar a perder mi elogio de la locura. ¿Qué era
lo que así te hizo gruñir? Nadie te adulaba la bastante…¡Por eso te has sentado
al lado de estas inmundicias, con el fin de tener motivos para gruñir!...¡Con
el fin de tener numerosos motivos de venganza! Porque la venganza, loco vanidoso;
es toda tu furia excrementicia; te he
adivinado bien!¡Pero tu lenguaje de loco es nocivo para mí, incluso cuando
tienes razón!¡Y aun cuando la palabra de Zaratustra tuviera razón mil veces, tú
me la quitarías con mis propias palabras!
Así hablaba Zaratustra; y,
mirando a la gran ciudad, suspiró y se calló largo rato. Al fin, dijo estas
palabras:
-También
yo estoy asqueado de esta gran ciudad: no es sólo este loco lo que me repugna. ¡Tanto aquí como allá no
hay nada que mejorar ni que empeorar! ¡Maldición sobre esta gran
ciudad!¡Quisiera ya ver la columna de fuego que ha de incendiarla! Porque es
preciso que tales columnas de fuego precedan al gran mediodía. Pero esto tiene
su momento oportuno y su propio destino. Sin embargo, a guisa de despedida te
daré a ti, loco, este precepto:¡cuando ya no se puede amar, es
preciso…pasar!...
Así hablaba Zaratustra, y pasó de largo ante el loco y ante
la gran ciudad.
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